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Verdar No Es Reverdecer. Acerca de "Verdar", de Nicolás Lange.

No puede estarse quieto, me llamo mar, repiqueteando en una piedra sin lograr convencerla,entonces con siete lenguas verdes de siete perros verdes,de siete tigres verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece y se golpea el pecho repitiendo su nombre.

 

 Pablo Neruda, Oda al mar


 



pH: Unknown. Edit: Mariné Amestoy


 

¿Qué significan estos enigmáticos versos de Neruda? El poeta escribió toda su obra en tinta verde. Tal vez podríamos fijarnos en una obra reciente, escrita por su coterráneo, el dramaturgo chileno Nicolás Lange, en un reparto multinacional que va de juerga como una caravana a través de las fronteras de nuestro Sur, con un actor unipersonal uruguayo, Damián Lomba, bajo el hechizo de la directora teatral argentina Dalia Elnecavé. Convertir la palabra del color en verbo tiene resonancias de la tradición literaria chilena, nunca indivisible de sus orígenes en la poesía, ya sea fluyendo de la boca de Homero, de Arauco o de ambos.  En el mundo antiguo, el verde se asociaba a la envidia, y se aconsejaba a aristócratas y senadores romanos que se apretaran una esmeralda en la frente para calmar los ataques psíquicos de los envidiosos. En el pequeño y juvenil, pero sentido universo del adolescente y atormentado narrador de Verdar, interpretado con simpatía y compasión por Damián Lomba, el verde es el color del sufrimiento, aunque obviamente, y de forma inconsciente para el autor del suicidio narrado en la obra, el verde es también una referencia a la muerte en la flor de la vida, una primavera truncada (accidentalmente parafraseando el libro de la poeta cubana Jamila Medina-Ríos, Primaveras Cortadas, ganador del Premio Nicolás Guillén, 2017) una vida joven devorada…Demasiado pronto.


 


En Verdar, Lomba canaliza un personaje desarrollado minuciosamente por Lange y por el actor taumaturgo. Verdar no es una nota de suicidio performativa, en la medida en que presenta el opus de un joven desafecto del estrecho de Magallanes, perdido en las ciudades, un inadaptado. El monólogo, lleno de “jeremiadas”, y una visión del mundo típica de la adolescencia en su ternura e ingenuidad "verde", y la furia ante la injusticia (a menudo percibida con precisión), recuerda los manifiestos (hoy en día principalmente flotando como cuerpos en la web) dejados por los tiradores escolares que de vez en cuando rompen los umbrales entre el mundo de los videojuegos y la realidad disparando su camino hacia la infamia instantánea (¿se podría llamar “infagram?).



 

En esta obra poética y psicológica, un chico se enfrenta al público desde el más allá, mientras busca las palabras para cargar con su dolor. El escenario está sembrado de hojas otoñales, alrededor de quinientos gramos de otoño austral, y páginas arrancadas de partituras (se ve a los escritos de Chopin entre otros compositores tubérculos) desparramadas por el suelo como ropa en una habitación desordenada. El joven está componiendo. Al principio, cuando se encienden las luces, se nos advierte que seamos piadosos, ¡que no nos riamos de la obra de arte realizada por un niño muerto!; casi por reflejo, uno se ve obligado a sonreír ante este melodrama. Sin embargo, queda claro que no se trata del tormento de un niño, sino del de un ser más complejo, un habitante del vórtice-vector de la adolescencia, ese limbo. El joven personaje llega finalmente a un punto que sólo puede ser comprendido por la poesía, el lenguaje-arte-forma que capta nuestras sensaciones e impulsos más primarios, humanos y animales. Tal vez más poesía en el torrente sanguíneo de la sociedad ofrecería a nuestros adolescentes la dignidad de la forma, para que dejáramos de condenar sus emociones volátiles y extremas, para que dejáramos de recurrir a expertos para decodificarlas, para que dejaran de echar mano de consolas, máquinas, programas informáticos y pistolas y cuchillos. La soledad de un joven del Sur del mundo -quizá la Patagonia chilena, con su crispación de tensiones raciales...- se acentúa con la confesión de haber experimentado a la vez los traumas hermanados de la orfandad y la discriminación. El chico pierde a su madre y se convierte demasiado pronto en un extraño en su propia tierra costera.


 


El público, por ahora en su mayoría uruguayos y argentinos metropolitanos, se pregunta si este personaje pertenece a una minoría. Pero no, él se siente simplemente no-perteneciente, huérfano en más de un sentido, intenta el acto consolador de pretender componer una gran obra maestra, un manifiesto que revele la hipocresía del Sur (y por ende, del mundo) excepto que él no es un genio - lo que es para mejor, no tiene que serlo, hay ejemplos de héroes literarios que se esfuerzan por una similar confrontación adolescente solitaria, el más memorable de ellos Holden Caulfield de JD Salinger, el narrador quinceañero de El guardián entre el Centeno que camina por una delgada penumbra en la que el suicidio es más sutilmente omnipresente. 


 

El cliché del joven genio atormentado se invoca conscientemente, como bajo presión: y sin embargo hay un elemento de genio, la chispa germinal de la poesía, el nacimiento de la palabra "Verdar". El personaje, a pesar de su atrezo decimonónico (su Sturm und Drang, la partitura de Chopin en el suelo), procede sencillamente de nuestras sociedades que, nos guste admitirlo o no, tienen un pie trabado entre pedernales del siglo XIX y otro en la postmodernidad. Expresa algunas preocupaciones típicamente "zillenianas", como el miedo a la anulación o a decir improperios ofensivos sin querer; varias veces interroga al público: "¿Se me permite decir eso? ¿Está bien decir eso aquí?". Queda ambiguo si se trata de corrección política, si intenta imponer la afasia de la corrección política al público o si pide al público que le censure antes de ofender la cultura de los ciudadanos del país que visita. Este dilema nos recuerda lo que Foucault, en uno de sus ensayos más actuales, llamó "Parrhesia", la antigua idea helénica sobre el derecho a hablar: ¿tiene derecho a hablar sin inhibiciones quien es extranjero en un territorio determinado? En la antigua Grecia, un visitante extranjero de un reino era consciente de su falta de Parrhesia, el poder de hablar desinhibidamente. El protagonista de Verdar finge atenerse a estos códigos de comportamiento, antes de retarnos a seguirle por la madriguera del sufrimiento, hasta las gélidas aguas patagónicas que le han dejado huérfano. Es una obra sobre los brotes espontáneos de poesía extraordinaria de personas relativamente corrientes: el niño, que acuña un nuevo verbo para explicar el color y el tono de su sufrimiento, y la madre, que dice:

Ser madre

 es nombrar algo

para verlo morir.


 




VERDAR.Dramaturgia: Nicolás Lange, Dirección: Dalia Elnecavé, Elenco: Damián Lomba, Asistencia de dirección: Pablo Cusenza, Iluminación: Inés Iglesias, Música: Camilo Mangoni, Diseño gráfico: Flor Acera, Producción ejecutiva: Gabriela Larrañaga.


Teatro: Itaca Complejo Teatral, Humahuaca 4027 (CABA).

Funciones: sábado 2, 9 y 16 de marzo, 20: 30 has.

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