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Azúcar, edulcorante, diminutivos y besos con rouge. Sobre Cursi (2020) de Juan Cerono.

Actualizado: 19 jul

-Por Matías Mansilla

Juan Cerno; autor de Cursi
Juan Cerono

Juan Cerono es escritor, músico y docente de la UNTREF. Además de sus libros, también escribió cuentos y el guion de Un animal que no existe (2023). Cursi es su primera novela, publicada en 2020 por la editorial Golosina, de la cual es uno de sus fundadores. 

Con un argumento que se lanza a explorar el amor y un estilo basado principalmente en abundancias, el libro propone motivos interesantes para un lector inquieto.

Cursi cuenta la historia de Lorenzo, una persona amante de las golosinas que transita su vida con el amor como eje central. La novela no quiere contárnoslo todo, sino que se pasa por diferentes momentos de la vida de Lorenzo mientras va atravesando amores y desencantos, promesas y recuerdos, que van construyendo quien es.

El estilo de Cerono en esta novela, en la línea con el tema de la historia, es un estilo basado en administrar las sobrecargas. En varias partes de la novela, Cerono va a dedicar varias líneas a los climas de las situaciones, a las sensaciones del protagonista y a las metáforas que usa para construir imágenes. Esta decisión estética ayuda a construir la personalidad de Lorenzo, que es quien narra la historia en primera persona.

Acá, el protagonista aparece como un personaje que piensa constantemente su propia narración. No es que se piense a sí mismo como, por ejemplo, el personaje del Mudo en Todo igual y tranquilo como siempre –novela de Yamil Dora de la cual ya hay reseña publicada en esta revista–. En un sentido distinto, el personaje de Lorenzo piensa constantemente la forma en la que está contando las cosas. Así, no se nos va a hacer raro encontrar comentarios sobre palabras “lindas” o “exóticas”, aclaraciones respecto a actitudes llamativas y referencias regulares a la cultura pop. Esto se une a la mención constante de distintas golosinas, otro rasgo clave del personaje.

Con todo, la novela adquiere un tono ligado a la exacerbación de la dulzura. Ser cursi, entonces, tiene que ver con empacharse de amor. Ese es un rasgo que impregna tanto al protagonista y sus acciones, como a la forma en que se narra la historia.

Cursi; Juan Cerono. Editorial Golosinas
Portada de Cursi

Los capítulos del libro alternan entre el pasado y el presente. De esa manera, vamos leyendo cómo los hechos de la infancia y adolescencia de Lorenzo, se anudan con los amores que atraviesa en la actualidad. Se trata de distintas dimensiones del amor que no se agotan en vínculos sexoafectivos, sino que también atraviesan amistades, relaciones familiares y hasta desamores –formas de un amor que supo ser–.

La exploración de estas distintas dimensiones va dibujando una especie de “arco amoroso” que abarca todo el argumento. Se parte de un estado de maravilla con el amor, que es reflejado en los recuerdos del protagonista, pero también en los hechos de su presente: al momento de conocer a alguien, de empezar una relación o de salir con un amigo. En este punto de la novela es en donde el tono “cursi” consigue su mayor brillo:

“Nos sentamos uno enfrente del otro. Nos estudiamos. Nos acariciamos con palabras y recuerdos de otras palabras que nos habíamos regalado para acariciarnos a la distancia.”

Todo va avanzando hasta un punto culmine y entonces empieza un lento descenso hasta el absoluto desencanto. El tono se mantiene pero la tristeza que viene con el desamor se apodera de las palabras del protagonista:

“Mi ser cursi, enardecido hace unos minutos, se sienta abatido en el cordón de la vereda. Y mirándose en la foto recién conquistada con el celular, extraña la sonrisa revelada junto a quien en tiempos pretéritos fuera Franz Schubert y que nuestro presente ha clonado en este tremendo ícono romántico llamado José Gómez Romero, al que todos conocemos como Dyango.”

Lo más interesante, en este sentido, es que durante sus últimas páginas la novela se toma el tiempo de mirar más allá del punto final del arco. Luego, los lectores juzgarán si el libro explora o solo se limita a señalar ese “más allá” del amor que dejó de ser.

Por último, Cerono construye a todos los personajes de la novela como enmarcados en el arco amoroso que va dibujando. Así, conocemos al enano Manassero, amigo y confidente de Lorenzo, a la tierna abuela Jacinta o a Agustina, por quien Lorenzo cae profundamente enamorado. Todos los personajes tienen, a su manera, una ternura y un humor propio, con el que Cerono juega en cada conversación que escribe. Pero además, cada personaje funciona como vehículo de la nostalgia y de la reflexión de Lorenzo. Esto último es un rasgo interesante, porque abre la posibilidad de pensar en un ensimismamiento que es propio del protagonista pero que se manifiesta de forma subrepticia, casi disimulada.

Sin dudarlo, pienso que es un libro interesante para leer de forma desprejuiciada. Tal vez la persona que se sumerja en la novela, al menos por un momento, pueda sentirse identificada con alguno de los personajes o de las formas del amor que pueblan la historia. Si eso ocurre, encontrará en este libro su golosina.


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