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"Acto blanco": ecos de un poema que respira

Por Martina Pawlak


Acto Blanco. Idea y dirección: Laura Figueiras y Carla Rímola. Bailan: Ayelen Clavin, Julia Gómez,

Carla Rímola, Paola Yaconis. Música: Antonio Vivaldi, Johannes Brahms, Amédée Chauson.

Música original y diseño sonoro: Gastón Taylor. Vestuario: Franco Lapietra Para Mooo!,

Ester Caselli. Iluminación: Matías Sendón. Espacio: Alicia Leloutre. Fotografía: Eleazar

Cremona, Mariela García, Hernan Paulos. Diseño gráfico: Mariana Fossatti. Asistente De

Dirección y producción: Lali Chidichimo Rinaldi.

TIMBRE 4 México 3554 / Boedo 640/ Domingo - 20:30 hs - Hasta el 28/09/2025

Una figura fosforescente reluce en el escenario negro. Luego avanza y retrocede en línea recta con movimientos articulares: tiene los ojos cerrados y un gesto de incomodidad. El cuerpo está desnudo salvo por un corset blanco, desabrochado. Desde la primera escena, nos adentramos en lo incómodo que es sostener la performance nívea de feminidad. Tal como lo enuncia “Tú me quieres blanca”, de Alfonsina Storni:

 

Tú me quieres alba,

me quieres de espumas,

me quieres de nácar.

Que sea azucena

sobre todas, casta.               

De perfume tenue.             

corola cerrada.


Acto blanco
PH: Martina Pawlak. Edit.: Mariné.

Empieza una obra donde luces y sombras son protagonistas, creando atmósferas particulares para cada escena e instalando un espacio-tiempo onírico. Las luces funcionan como un pincel que crea claroscuros y colorea las imágenes de este acto blanco. Así, entramos en un universo donde se suspende la temporalidad y la textura de la obra es la de una nube; el vestuario es airoso y las bailarinas flotan en el escenario. Pero veremos que más adelante irrumpen como granizo.


A medida que entran las bailarinas a escena, sucede un juego de espejos donde una es reflejo de la otra. Se observan y habitan mutuamente, el acto blanco las sostiene e interconecta. Estamos lejos de la gestualidad uniformada del ballet; muy por el contrario, cada intérprete se mueve dentro de su estilo personal en el lenguaje de la danza contemporánea, dando cuenta de que son bailarinas de oficio, que lograron un estilo pulido a lo largo de su trayectoria.


Acto Blanco

PH: Martina Pawlak. Edit.: Mariné.

Ni un rayo de luna

filtrado me haya.

Ni una margarita

se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

tú me quieres blanca,

tú me quieres alba.

 

Recordemos que un acto blanco es la representación en el ballet de un espacio irreal o sobrenatural, un encadenamiento de imágenes que nos transportan a otro plano. De forma similar, Acto blanco es una pieza configurada como un poema, donde una imagen remite a la otra y toda la obra es refractaria de sí misma. Las imágenes se suceden como aquellas que se nos proyectan durante un sueño, e incluso las sombras en la pared forman un juego de dobles con las intérpretes.

 


Acto blanco

PH: Martina Pawlak. Edit.: Mariné.


Tú que hubiste todas

las copas a mano,

de frutos y mieles 

los labios morados.

Tú que en el banquete       

cubierto de pámpanos

dejaste las carnes

festejando a Baco.

Tú que en los jardines

negros del Engaño

vestido de rojo

corriste al Estrago.


Acto blanco estrenó por primera vez en 2013, doce años atrás. En escena se puede ver la madurez que requiere una obra de arte: los movimientos de las bailarinas son ágiles, seguros, certeros. Estamos en presencia de profesionales de la danza, mujeres que se conocen entre ellas, conocen su arte y lo fueron perfeccionando a lo largo de los años, logrando una plasticidad en las imágenes que hacen de esta obra un cuadro vivo.

Allí, la expresión facial juega un papel fundamental. Hay gestos de una lejanía que remiten a la mirada hierática del arte bizantino, donde la postura frontal y la mirada remota funcionan como un puente hacia un plano espiritual. Por momentos, las bailarinas parecen estar mirando más allá de lo terrenal, direccionadas hacia lo divino. Sin embargo, esta gestualidad también se deforma para dar lugar a expresiones contorsionadas y surrealistas, demostrando la globalidad con la que mueven todo el cuerpo, incluyendo el rostro.

 

Tú que el esqueleto

conservas intacto

no sé todavía

por cuáles milagros,

me pretendes blanca

(Dios te lo perdone),

me pretendes casta

(Dios te lo perdone),

¡Me pretendes alba!

 

La obra nos lleva de la mano por un laberinto de sensaciones, desde el momento en que las bailarinas se convierten en pájaros y el cuerpo metamorfosea, los brazos se vuelven alas y el elenco deviene bandada hasta las escenas de alto voltaje y rebeldía donde el sueño parece acercarse a una pesadilla y brotan emociones como el dolor y el miedo, traducidas en movimientos tónicos, sacudones y giros.


Por su parte, la música nos mueve desde un no lugar etéreo donde todo flota y nada duele hasta tormentas de dramatismo romántico conducidas por Brahms y Vivaldi. Y en este sentido, el espíritu romántico de la pieza se traduce en la búsqueda de la belleza, etérea como terrenal. El ave y el mamífero dialogan en un espacio donde lo romántico se constituye tanto en los port de bras aéreos como en la danza arrodillada. “La belleza es verdad y la verdad belleza”, dice el poema de John Keats y esta obra es verdadera.

 

Huye hacia los bosques,

vete a la montaña;

límpiate la boca;

vive en las cabañas;

toca con las manos

la tierra mojada;

alimenta el cuerpo

con raíz amarga;

bebe de las rocas;

duerme sobre escarcha;

renueva tejidos

con salitre y agua;

habla con los pájaros

y lévate al alba.

 

Los diferentes matices de Acto blanco se solapan en un collage onírico donde el clima va cambiando, pero siempre se sostiene el diálogo con el espectador, que bucea en un vaivén de imágenes renacentistas de una potencia feroz y que solo pueden ser logradas por artistas. Hay una confianza en la imagen que logra que cada escena sea única y quede grabada en la retina del espectador.


Y cuando las carnes

te sean tornadas,

y cuando hayas puesto

en ellas el alma

que por las alcobas                              

se quedó enredada,                           

entonces, buen hombre,                  

preténdeme blanca,                           

preténdeme nívea,                             

preténdeme casta.

 

Sobre el final de la función, vemos las marcas del esfuerzo humano que hay detrás de la calidad vaporosa de movimiento: las bailarinas tienen los pies violetas por el impacto con el suelo. Y en eso se evidencia la maestría de la danza como una forma de arte que se apoya en la ilusión óptica y hace parecer fácil lo extremadamente técnico. Las cuatro intérpretes nos demuestran que solo a través de un conocimiento fino de los empujes y el dominio de la globalidad se logra afectar al espectador y hacer desaparecer el suelo debajo de los pies. 


 

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