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Las sombras más oscuras detrás de la nostalgia: Sobre "Las cosas que perdimos en el fuego" y el horror de lo cotidiano.

-Por Santiago Oliva

Siempre pienso que el terror tiene un valor difícil de explicar. El miedo es un sentimiento para nada placentero. Todos conocemos esa sensación. Nuestra mente grita “CORRE”, pero nuestro cuerpo se queda inmóvil. La transpiración fría recorriendo la piel y el pecho prendido fuego por el estrés. El hecho de sentirte incapaz de enfrentar algo que no podés entender. O peor, algo que entendés muy bien. 


Es normal, entonces, que estas sensaciones alejen a la gente de todos los productos relacionados con el terror. Libros, películas, juegos, cualquier cosa que no te permita después cerrar los ojos a la noche tranquilo. Pero, en mi opinión, el miedo es algo que nos ha acompañado en toda nuestra vida. Algo tan normal y necesario para vivir, ya que es mecanismo de defensa básico de nuestro cuerpo ante una amenaza.


De niños, el miedo puede ser tan simple como un pasillo oscuro en medio de la noche. Con el tiempo, el miedo se torna más concreto: espíritus malignos, demonios y leyendas urbanas, algunas de ellas tan recientes como las historias que circulan por internet, jugando con nuestra sensación de inseguridad. De adultos, los miedos se transforman en amenazas más tangibles: la inseguridad en las calles, la posibilidad de una crisis económica o el colapso social. Nos enfrentamos a miedos más aburridos, pero igualmente aterradores.


Puede que haya pasado el mes del terror, pero todavía tenemos muchos libros que nos marcan más allá de sus miedos y nos hacen pensar en nuestro presente. Uno de esos libros que, más allá de su componente de miedo, provoca reflexión sobre nuestra realidad cotidiana es Las cosas que perdimos en el fuego, una recopilación de doce cuentos de Mariana Enriquez. La autora, periodista y escritora de una literatura poco convencional, explora el terror desde una perspectiva que desdibuja los límites entre lo real y lo sobrenatural. La autora forma parte de lo que los críticos han denominado ‘la nueva narrativa argentina’, un movimiento que, si bien no unificado, se caracteriza por la incorporación de géneros poco convencionales para reflexionar sobre el pasado y presente de Argentina, con énfasis en temas como la perspectiva de género y la influencia de las nuevas tecnologías.



Las cosas que perdimos en el fuego
Las cosas que perdimos en el fuego. Serie de cuentos de Mariana Enríquez (portada publicada ANAGRAMA 2016, intervenida)

Este formato de cuentos, que no tienen conexión unos con otros, puede que no sea muy atractivo al lector promedio, debido a que siempre te dejan con ganas de saber más. Si tuviera que compararlo con otro producto fuera de la literatura, sería como la serie Love, Death and Robots, reconocida en Netflix a nivel mundial. Como en esta serie, cada capítulo es breve con una historia y trama diferente. Esto hace que cada relato sea contundente y distintivo. Adentrarse en los mismos sin saber que podemos encontrar, eleva la emoción y el suspenso.


Dentro de cada crónica, vamos a encontrarnos con situaciones tan familiares como paranormales. Este es uno de los puntos más fuertes del libro. Mariana, sabe narrar cada detalle, sentimiento y costumbre argentina con calidez y maestría. Lo que provoca en el lector local una sensación de cercanía sin igual. Sin importar la provincia o país que describa.


La prosa de Enriquez se caracteriza por su crudeza y realismo. La Argentina que describe no es idealizada: sus ciudades están llenas de basura, la indigencia se muestra en su máxima crudeza, y los aparatos del Estado son incapaces de ocultar la corrupción diaria. Las provincias desoladas y las ciudades en ruinas parecen un reflejo de una nación decadente, que se aferra a un pasado que nunca fue tan grandioso como se cuenta. 


No debería sorprendernos esta calidad en la escritura considerando la vida de la autora. Mariana Enríquez nació en 1973, en unos de los momentos más complicados de nuestra historia. Fue espectadora de la inestabilidad de autoridad tras la muerte de Perón, las persecuciones políticas de la dictadura y los derrumbes económicos que se sucedieron entre las décadas de los 90 y el 2001. Habiendo transcurrido por todos estos declives, es entendible que tenga la capacidad de representarlos en la obra con tanta precisión y sentimiento. 


Las cosas que perdimos en el fuego
Mariana Enriquez, fotografía para editorial Anagrama 2022 Buenos Aires

A lo largo de los relatos, la nostalgia se entrelaza con la violencia y el terror. Los personajes jóvenes, que navegan por los pasillos oscuros de una ciudad deteriorada, se ven inmersos en un mundo que les resulta tan extraño como cruel. La adolescencia se presenta como una etapa de descubrimiento, pero también de vulnerabilidad, donde el miedo y el deseo se mezclan. En este contexto, la violencia no solo es física, sino también psicológica, un tema recurrente en las historias.


El título de la obra, Las cosas que perdimos en el fuego, evoca el álbum de la banda estadounidense Low. Mariana Enríquez, fanática de la banda, utiliza esta referencia para subrayar la sensación de pérdida y de ruina que atraviesa sus relatos. Además, se percibe una conexión con la literatura clásica, como lo indica la cita de Emily Brontë: 'Ojalá volviera a ser una chica, medio salvaje y resistente, y libre'. Esta cita refleja el espíritu de lucha de los personajes juveniles que habitan sus relatos, quienes, como las figuras de la autora inglesa, navegan entre la fuerza y la vulnerabilidad.


Las cosas que perdimos en el fuego
Portada de album The Thins we Lost in the Fire, intervenida, Low 2001

La conexión de la mirada juvenil, con el choque de una realidad cruel, hacen que cada microrrelato se sienta único. Ya que siempre vemos la experiencia desde espectadores que no pueden entender todo lo que los rodea. Que, incluso, critican lo burdo y despiadado que es este mundo hacia ellos y el resto de la sociedad. Y como los adultos se han visto obligados a conformarse con la misma.


Mariana te introduce en este oscuro mundo con sus personajes. Contando su pasado y su presente, ambos con una realidad tan terrorífica como sus supersticiones. Un balance perfecto que realiza la autora, de hechos que son auténticos con aspectos sobrenaturales.


Nos encontramos con anécdotas muy familiares. Rituales y creencias paganas, como San la Muerte, que se practican en barrios bajos con brujas que viven detrás de bolsas de nilón y exigen sacrificios humanos. Casas abandonadas con infinitos pasillos, donde los que se aventuran demasiado nunca vuelven, a pesar de ser hogares con no más de ochenta metros cuadrados. O avistamientos inusuales en rutas olvidadas por dios, donde nadie ni nada tiene sentido cuando cae la noche. Ya los relatos por sí solos, son dignos de quitarte el hambre. Pero es este toque descarado de terror desconocido, nos hace dudar de nuestra propia sanidad mental.


Esta doble manera de retratar nuestro país, con terror y realismo, cumple otra función. La autora aprovecha la inestabilidad social, económica y política que ha atravesado a la Argentina para hacernos pensar de problemas históricos. Sobre todo, se enfoca en una particular forma de verlos: desde una perspectiva de género. 


No es coincidencia que cada uno de los protagonistas de los cuentos sean mujeres. Incluso en los pocos relatos donde no son protagonistas, su rol sigue siendo primordial para la trama. Esto permite que los conflictos que surgen en las historias sean vistos de una manera particular. No solo nos centramos en los problemas propios de la historia, sino también en las distintas dificultades que el colectivo atraviesa. Los relatos retoman problemas de discriminación, represión sexual, machismos y sexismos que forman parte de las normas sociales de las distintas décadas de la Nación. 


Mariana va más allá de solo problemas visibles. Cada individuo en la obra tiene su propia historia que los afecta a nivel emocional y mental. La periodista, con pequeñas actitudes o formas de pensar nos permiten ver en cada una de las personas ciertas cualidades de trastornos mentales. Estos marcados aún más por la situación en la que viven y por la narración que les toca ser partícipes.


Aunque algunas de estas problemáticas se tomen como parte de épocas pasadas, cada una se siente tan actual como siempre. Ni mencionar la última historia del libro, que cierra con un horrible broche de oro las intenciones de la escritora.


Igualmente, esto no quiere decir que este enfoque haga que el libro está hecho para cierto público. No es un libro con un público femenino en mente, tampoco está pensado solo para los géneros disidentes. Mariana ha creado una serie de relatos hechos para todo el público, sobre todo los interesados en el terror que juega con las líneas finales de la realidad y la ficción. Es una obra importantísima que se valoriza para todos los lectores, sobre todo en nuestros tiempos donde algunas historias tienen más relevancia que nunca.


En definitiva, Las cosas que perdimos en el fuego no es un libro fácil. Las escenas de violencia, tanto física como psicológica, son retratadas con una crudeza que puede resultar incómoda, pero es precisamente esa falta de piedad en los detalles lo que le otorga su potencia. Aunque cada relato contiene elementos sobrenaturales que buscan ser el foco del terror, todos presentan algo más: un horror conocido. Enríquez nos enfrenta a escenas que vemos todos los días, que forman parte de nuestra historia y de la sociedad actual. La autora sabe que somos conscientes de ellas, pero nos cuestiona si realmente podemos dimensionar su atrocidad, perpetuada por años hasta convertirse en nuestra normalidad. El verdadero miedo es asumir que somos parte de una historia de terror que no podemos cambiar o, peor aún, que nos volvemos indiferentes frente a la miseria.


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