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Un creador que deja huella: homenaje a la trayectoria de Mauricio Wainrot

Actualizado: 19 jul

-Evelin Bottani

Hay noches en las que el arte no solo se presenta: respira, pulsa y tiembla. Noches en las que la danza no se limita a suceder sobre un escenario, sino que se expande como una vibración común, capaz de unir a quienes la crean y a quienes la contemplan.

Así fue la velada del martes 24 de junio en el Teatro San Martín, dedicada a celebrar la trayectoria de Mauricio Wainrot, un nombre indispensable para entender la danza argentina y latinoamericana, y un artista que convirtió el movimiento en puente entre mundos.

Un creador que deja huella
Wainrot, tras bambalinas. Argentina, 2024

El homenaje comenzó con la compañía del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín interpretando una suite de Estaciones Porteñas, una de las obras más reconocidas de Wainrot. Para quienes la vimos alguna vez, la pieza es casi un gesto identitario de la ciudad de Buenos Aires.

Para los intérpretes, tuvo además un sentido especial: muchxs de ellxs habían visto esta coreografía como estudiantes del Taller del Teatro y ahora la bailaban como profesionales sobre el mismo escenario. Imagino lo que debe significar, en términos íntimos y artísticos, habitar físicamente una obra que una vez se contempló desde la platea.

En el lenguaje coreográfico de Wainrot, las líneas rectas dialogan con curvas suaves, generando un espacio donde lo geométrico se funde con lo envolvente. Su coreografía, inquietante e imprevisible, se construye sobre una escucha musical aguda, que hace que cada paso, aun el más mínimo, dialogue con el ritmo y el clima sonoro.

Su movimiento privilegia la verticalidad: los cuerpos se elevan, suspendidos en el aire, como si buscaran siempre un espacio más allá del suelo. Hay pureza en sus trazos, casi ningún gesto roto o sucio, lo que exige de los bailarines una técnica pulida y una entrega emocional constante. Es un movimiento que, aun cuando es ligero, contiene una fuerza latente, como una sábana flameando al viento.

Si bien esa es su marca, el panorama actual investiga movimientos desprolijos y lenguajes híbridos, y el estilo de Wainrot se torna casi una rareza. Sus narrativas neoclásicas pueden sentirse elitistas, y en un contexto cultural tan golpeado como el argentino, su danza deja entrever las tensiones que existen entre la pureza estética y la necesidad de desarmar las formas para volverlas más humanas, menos solemnes.

Incluso él mismo lo reconoce en el documental: ser artista en Argentina es casi imposible sin un respaldo económico o institucional sólido. Los ballets oficiales, como el del San Martín, suelen estar integrados por pocos privilegiados, mientras el resto de los bailarines se debate entre la precariedad y la urgencia.

escena documental de wainrot
Escena documental de Wainrot

Tras la presentación del Ballet, el evento continuó en el hall del teatro con un conversatorio entre Wainrot y la cineasta Teresa Costantini, moderado por la periodista especializada en danza, Constanza Bertolini. Allí se narró cómo se gestó el documental Wainrot, tras bambalinas.

Teresa contó que conoció a Mauricio mientras él trabajaba en Cancillería, y que, tras ver su película Tita de Buenos Aires (2017), surgió la idea de realizar un documental sobre su carrera. Mauricio, con emoción, relató que varias veces temió que el proyecto se cayera, sobre todo durante la pandemia, pero que Teresa siempre mantuvo viva la llama de ese deseo.

Una de las anécdotas más conmovedoras que compartió Wainrot fue la del accidente automovilístico en el que perdió a su pareja y colaborador artístico, Carlos Gallardo. En 2018, mientras viajaban hacia su casa en Córdoba, una tormenta provocó el vuelco del auto y la muerte de Carlos.

Mauricio contó que, apenas un mes después, debía viajar a Europa para montar una obra. A pesar de su duelo, decidió ir. Y en ese viaje, dice, entendió que la danza era su vida, y que, a través de ella, deseaba seguir viviendo. Como si el arte fuera, a veces, lo único capaz de mantenernos a flote.

Teresa Costantini
Teresa Costantini

La proyección del documental fue sencilla y cálida. Costantini elige planos fijos y colores suaves. Las escenas se entrelazan entre silencios que construyen intimidad. La cámara se mantiene respetuosa, sin invadir demasiado.

El relato sigue un orden cronológico que recorre la infancia de Wainrot, la relación con sus padres—polacos emigrados durante la guerra— y sus primeros tropiezos en el mundo de la danza, como aquella vez en que, siendo niño, su padre lo llevó a una clase y Mauricio, abrumado por estar rodeado de niñas con tutú, no se animó a bailar y fue bochado en la audición. No volvió a intentar danzar hasta los 19 años, cuando comenzó la formación que lo llevaría a consagrarse.

El documental destaca algunas de sus creaciones más importantes, como Ana Frank y La Tempestad. Para el coreógrafo, Ana Frank fue no sólo una obra sobre la memoria histórica, sino también un modo de acercarse a la historia de sus propios padres, escapados de la guerra en Europa. Montarla en el Viejo Continente, dice, fue uno de los momentos más conmovedores de su carrera, sobre todo por la respuesta del público.

En La Tempestad, en cambio, se proyecta su propia figura sobre Próspero, el creador que manipula los hilos de la historia, los personajes y los paisajes. Gracias a esta obra, Carlos Gallardo ganó el Benois de la Danse en Moscú, por la mejor escenografía.

Pese a los escuetos momentos melancólicos, el film opta por un tono luminoso y amable, dejando poco espacio para conflictos o tensiones. Costantini elige mostrar a Wainrot desde la admiración, casi sin interrogar las contradicciones o los aspectos más ásperos de su recorrido.

El montaje del documental es lento pero constante. Teresa sostiene un ritmo sólido, que logra que el film transcurra con ligereza y nunca se vuelva denso, incluso en los tramos más íntimos. La música es casi inexistente fuera de las escenas coreográficas: predominan la voz hablada y los sonidos originales de las grabaciones, lo que refuerza un tono de cercanía, casi confesional, y evita cargar de dramatismo la narración.

Los testimonios de figuras como Julio Bocca o Andrea Chinetti se alinean con la mirada afectuosa de la directora: construyen un homenaje que destaca la sensibilidad y el legado de Wainrot, pero que también deja entrever cuánto impactó su figura en la vida y en la carrera de quienes compartieron escenario o procesos creativos con él.

Sin embargo, esa misma serenidad plantea preguntas sobre qué zonas quedaron sin explorar ¿Qué partes de su historia no se cuentan? ¿Qué significa, en un país donde pocos pueden dedicarse a la danza sin privilegios, sostener una estética que todavía se construye sobre la pureza, la belleza y cierto ideal de perfección?

Quizás esas preguntas no puedan responderse del todo. O quizás sea esa misma imposibilidad la que convierte a Wainrot en un creador imprescindible. Porque, ¿qué sería del arte si no nos dejara, siempre, alguna parte sin explicar y un latido sin nombrar?

Wainrot, un creador que deja huella

Martes 24 de junio. Hall Alfredo Alcón. Teatro San Martín

Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Dirección: Andrea Chinetti. Codirección: Diego Poblete

Estaciones porteñas.

Coreografía: Mauricio Wainrot. Música: Ástor Piazzolla. Vestuario: Carlos Gallardo. Iluminación: Alberto Lemme. Reposición coreográfica: Elizabeth Rodríguez, Melisa Buchelli.

Wainrot, tras bambalinas. Argentina, 2024

56 minutos. Color / Español. DCP 2K

Dirección y guion: Teresa Costantini. Producción ejecutiva: Margarita Gómez. Productor asociado: Pablo Terruzzi. Edición: Laura Bua (SAE). Dirección de fotografía y cámara: Hugo Colace (ADF). Sonido: Luciano Zerbatini. Música: Fabián Picciano y Pol Medina. Producción: Buenos Aires Producciones.


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