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Drácula Descubre el Coaching. Sobre: "Bela Vamp", de Alfredo Arias.

La obra pone patas arriba todo lo que creías saber sobre vampirología, arte y fracaso.

 


Para el público rioplatense existe una afinidad, una cierta ternura por Bela Lugosi, y es perfectamente comprensible. Lugosi era un extraño--tanto por su etnia como por otras razones--, en Hollywood, donde se eternizó con el famoso papel del Conde Drácula. Actores como Bela Lugosi eran conocidos por sus raras apariciones en las pantallas de Hollywood, entonces todavía dominadas por los protestantes anglosajones blancos, abreviados como WASP, White Anglo-Saxon Protestant, según sus siglas en inglés (aunque los forasteros étnicos de Hollywood estaban, sin duda, presentes de manera imprescindible entre bastidores).



pH: Cortesía Teatro El Extranjero


 


Esto me recuerda los elogios de la teórica cultural Camille Paglia a Elizabeth Taylor: como italoamericana temeraria, atorrante, oprimida por el culto de la posguerra a la rubia alegre y aniñada, celebré que la voluptuosa morocha Taylor arrebatara el papel de cantante a Eddie Fisher a la pequeña Debbie Reynolds, la apoteosis de la rubia alegre y simpática. Mucho más tarde, aprendí a respetar profundamente el coraje indomable, el profesionalismo y el oficio de Doris Day y Debbie Reynolds, pero en aquel momento, las entreveía oscuramente como tiranas despiadadas de un establecimiento WASP estancado. (Paglia hace panegíricos similares para la “revolucionaria” reivindicación de las falsas rubias y las, hasta entonces, reprimidas italoamericanas que supuso el sex symbol Madonna décadas más tarde). Si no hubiera habido un Lugosi, ¿habría habido un Omar Sharif, Robert De Niro, Al Pacino, o un Benicio del Toro? No es de extrañar, entonces, que un homenaje a Lugosi, canalizado enteramente por medio de un solo actor en escena, surja en Buenos Aires, una ciudad teatral hecha por intrusos ambiciosos. Y que éste debería ser, nada menos, un actor como Marcos Montes, en Bela Vamp en el Teatro Extranjero.



Edit: Mariné Amestoy.


 


Incluso en Buenos Aires, (esta capital espejada y metrópolis del ego), los espectáculos unipersonales levantan, con razón, sospechas, sobre todo cuando carecen de ficción. A veces se los juzga por su autoindulgencia y vanidades, ya sea por contener exposiciones personales de los traumas o deseos personales de un actor o de una actriz que se lamenta por su calvario y crucifixión, y que suele concluir previsiblemente en resurrección, (en el caso de una estrella vampiro, sin embargo, esto no es un problema.) En otros lugares, el género cae en la cera demasiado filosófica del autor (como vi en una representación holandesa basada en el Ahab de Melville, archivillano de Moby Dick), en otras ocasiones desciende a stand-up o a meras exhibiciones del virtuosismo de algún actor veterano. Parece, sin embargo, que el género está experimentando una revitalización en Argentina en particular, a la sombra de los coletazos de Pompeyo Audivert con su magistral Macbeth unipersonal exhibido en el Met. Ahora se pueden ver Bela Vamp en El Extranjero y El lenguaje es un virus en El Camarín de las Musas, espectáculos cuyos actores parecen marcados por el magma del gigante Pompeyo. 



 

En esta obra vemos la figura icónica de Lugosi, atormentada y desgarrada por una crisis al final de su carrera, mientras lucha contra la decepción con Hollywood, así como contra la adicción a las drogas y una preocupante sobre identificación con el Conde Drácula, el personaje que el actor inmigrante húngaro-serbio Bela, conocido por sus dificultades con la lengua inglesa, llevó a la nueva fama en la película de Tod Browning de 1931 Drácula, basada en el libro de Bram Stoker. 

El Lugosi de Montes está exento de los pecados mencionados y, al igual que el Macbeth de Audivert, el actor interpreta en escena a más de un personaje demente y hechizante: es el Lugosi posterior, así como Dorothy Couch, una psicoanalista y vampiresa psíquica accidental, que se ha ganado en Hollywood la reputación de inspirar a sus pacientes (actores abrumadores) a suicidarse. Lugosi se teme a sí mismo incapaz de suicidarse sin un empujón extra, en la época anterior al discurso contemporáneo sobre la presunta dignidad de la eutanasia para los pacientes neuropsiquiátricos. Este actor que desconoce el cansancio pronuncia soliloquios con un acento hilarante en medio de su muy entretenido discurso (que debió de ser un infierno memorizar), mencionando ciertos detalles: las drogas a las que era adicto, así como su recurso a una actuación en la película Glen o Glenda del aficionado a la ciencia-ficción Ed Wood, del que se rumoreaba que era el peor cineasta de la historia. (Ed Wood fue glorificado posteriormente por Tim Burton, que insiste en defender a Wood contra estas acusaciones). Lugosi fue claramente un actor muy infravalorado, como demuestra la forma en que su legado ha sido retomado por maestros contemporáneos como Gary Oldman en el Drácula de los 90 de Coppola.


 


La interacción entre Lugosi y la megalómana Dorothy Couch, y su incapacidad para suicidarse a pesar de estar convencido de su poder sobrenatural (esto no es una parodia, ya que el verdadero Lugosi fue enterrado con su capa), así como el humor de Arias y la lucha de Bela con el idioma inglés, abunda en contenido dramático y conflicto, a pesar de tratarse de un espectáculo unipersonal con un escaso telón de fondo. El guion, sin embargo, deja sin explorar ciertas vías potenciales para un mayor conflicto. El verdadero Lugosi tuvo que escapar de Europa debido a su actividad política en las revoluciones de Europa del Este y su afiliación al partido comunista cuando el fascismo subió al poder, (detalle no menor: la madre de Lugosi era serbia, y los serbios en Hungría fueron deportados iguales qué los judíos durante la guerra). Aunque al principio Hollywood se desentendió alegremente de ese complejo pasado, no duró mucho: el gran inquisidor J. Edgar Hoover, cerebro del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes, se lanzó a la caza de Lugosi en el momento álgido del Terror Rojo (como se revela en el reportaje de CrimeReads "Drácula contra el FBI") y en otros lugares. 


 


La Dorothy Couch de Montes es sexualmente insaciable, lo que debería darnos algún indicio del atractivo sexual de Lugosi en la imaginación erótica americana, pero desgraciadamente este indicio no es suficiente. Su vida amorosa, sus muchas aventuras y su popularidad entre las mujeres que querían ser amadas por el vampiro, es otro campo fértil que permanece inexplorado, no sólo por su potencial humorístico, sino por lo que dice sobre la sexualidad y la fantasía femenina: ¿qué es el vampiro?, ¿por qué el público de la ficción vampírica es abrumadoramente femenino?, ¿por qué es el tango el baile que (como revela cualquier búsqueda en Google) la gente imagina más fácilmente que baila un vampiro? , ¿es el vampiro una fantasía femenina del íncubo ideal y, si no lo es, por qué cualquier extranjero que llega a Buenos Aires y ve por primera vez los murales y las fotos de Carlos Gardel es propenso a pensar inmediatamente en Drácula?, ¿acaso sus amantes querían a Lugosi, o una noche sexual interminable bajo el Conde Drácula, y eso influyó en la patética sobre-identificación del actor con Vlad Drácula? La seducción, la extranjería y el encasillamiento en la industria artística se exploran en el Drácula de Arias, aunque con ligereza, ya que, al fin y al cabo, se trata de una comedia negra, y no podemos obligar a que la historia de Europa que afectó a Lugosi figure necesariamente en una fantasía, aunque podría haber tenido un punto de entrada interesante, descartada para favorecer una condena de la superficialidad de Hollywood como las piscinas desecadas de California. En definitiva, Bela Vamp es un espectáculo apasionante y probablemente la mejor manera de empezar la semana con un tremendo chupasangre.



 

Teatro: El Extranjero (Buenos Aires, CABA), Duración: 60 minutos


Lunes de marzo: 20:00 horas. 







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