¿Hasta dónde se puede explotar un concepto sin destruirlo? Sobre “La obra siamesa” de Laura Sbdar.
- Evelin Bottani.
- 26 mar
- 3 Min. de lectura
Por Evelin Bottani
La ambición, muchas veces, si es desmedida, puede producir el final de las cosas que anhelamos ver crecer. De eso nos habla “La obra siamesa” de Laura Sbdar, una performance duracional que nos relata la historia de un matrimonio que construye un proyecto en base a sus hijos —quienes nacieron siameses— y a quienes ahora se cuestionan separar. El relato de estas dos personas en constante debate sobre lo que puede ser mejor o peor acerca del futuro de sus hijos pone en la mesa múltiples reflexiones que nos invitan a preguntarnos ¿hasta dónde? durante toda la obra.

La dramaturgia de Laura Sbdar se construye como un juego de capas que constantemente se pliegan y despliegan. Desde el inicio, nos sumerge en una representación dentro de otra, desdibujando los límites entre la obra que el matrimonio narra y la que el público presencia. El desarrollo performativo de la pieza teatral es exquisito. Los cuerpos de sus intérpretes —a quienes vemos transitar múltiples estados, formas y roles— expresan un deseo de moverse a partir de la palabra como disparador. La tensión íntima que se construye en escena se filtra más allá del escenario, atrapando al espectador en un dilema que oscila entre lo ético y lo poético, entre lo visceral y lo simbólico.
La disposición escénica que crea la directora para este encuentro genera una coreografía equilibrada y fluida de manera constante; la escenografía minimalista al centro de la puesta nos ordena espacialmente y anticipa el equilibrio y la armonía con la que se desarrollará la historia desde lo visual. El texto avanza como un duelo entre dos egos en disputa: lo que comienza como una reflexión sobre la separación de sus hijos se convierte en una obsesión por el éxito, donde la identidad de los siameses se diluye y sólo queda el ansia de reconocimiento. Podemos disfrutar cómo sus dos intérpretes, Nicolás Goldschmidt y Laura Nevole, se mueven con total libertad, pero abarcando cada centímetro de la escena con exactitud y una certeza admirable. Si bien sus cuerpos no ejecutan secuencias de danza propiamente dicha, ambos tienen un dominio físico impregnado de técnica y de un conocimiento profundo del cuerpo danzante. Nicolás empuja verso tras verso con una energía furiosa y vital que enciende la trama cada vez que interviene. Laura, por su parte, suaviza y calma la corriente que va creciendo rápidamente a medida que la obra avanza. El dúo se complementa nutritivamente, paso a paso, lo que invita al público a sumergirse de lleno desde el momento cero hasta el final. Podemos apreciar en varias escenas —como en la secuencia de sus cambios de vestuario— cómo se espejan los comportamientos corporales: cada uno estudia al otro buscando igualar su calidad de movimiento, sus densidades, sus matices.

Esta gran coreografía cronometrada que configura Laura Sbdar no solo se destaca por sus intérpretes, sino también por los condimentos que aportan la técnica de luces y sonido. Si bien estos elementos se utilizan en momentos puntuales, logran destacar las escenas más importantes del guion y sostener el ritmo narrativo. La tensión crece y se expande, envolviendo al espectador en un dilema tan ético como poético, haciéndolo partícipe de una incertidumbre que lo interpela de principio a fin. La guerra arrogante de estos dos personajes se enardece cada vez más, y nos brinda un cierre de obra satírico y oscuro, pero jugosamente lúdico.
Volviendo a la construcción de escena inicial, sus dos intérpretes terminan envueltos en un manto, unidos en la piel y en la palabra, como esos siameses en los que se inspiran para contar esta historia. Cada pieza de arte, cada concepto desarrollado, cada cuerpo puesto en escena como significante tiene un inicio y un desenlace que desemboca en transformación. Se engendra, se consolida, se consume y vuelve a iniciar su propio proceso de configuración porque así lo pide el arte y porque así lo pide la vida. La obra siamesa nos deja ver cómo el deseo de forzar eternos triunfos muchas veces provoca un choque irrecuperable si no sabemos escuchar cuando el final llegó. Su historia, explosiva pero ordenada, nos recuerda que insistir en lo eterno puede ser, a veces, el gesto más frágil de todos. Y en esa fragilidad, reside también su belleza.
La Obra Siamesa. Dramaturgia, dirección y producción: Laura Sbdar. Intérpretes: Nicolás Goldschmidt y Laura Nevole. Iluminación: Fernando Chacoma. Escenografía: Pia Drugueri. Vestuario: Leonel Elizondo. Asistencia de Dirección: Elisa Carli. Fotografía: Ana Rodban.
Función: 8 de marzo. Lugar: Fundación Cazadores.

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