El Arte como Acto de Resistencia: Tango y Educación Pública en el Conservatorio "Juan Pedro Esnaola"
- Mariné Amestoy
- hace 2 días
- 4 Min. de lectura
A Gastón, a Lennon, a toda mi familia.
A través del arte, la vida se hace más profunda. La educación no es solo un proceso de aprendizaje, es una forma de transformar al individuo y, a través de él, el mundo.
–Paulo Freire (1970).

El 25 de septiembre, el Conservatorio Juan Pedro Esnaola nos ofreció una noche que fue mucho más que una simple exhibición; fue una afirmación rotunda del poder universal de la creación. En un mundo que a menudo reduce estas manifestaciones a productos de consumo, esa noche la música y la danza no solo se mostraron, sino que se vivieron como un grito encarnado de vida y belleza. Fue una experiencia que nos atravesó, invitándonos a cuestionar lo cotidiano y recordándonos que el arte tiene la capacidad de transformar, de revelar lo que normalmente permanece oculto.
Uno de los momentos que más me conmovió fue la danza de los alumnos de la Escuela Jorge Donn. La pareja de bailarines no solo interpretó el tango, sino que se entregó por completo a su esencia arrabalera. Cada paso, cada giro, parecía hablar de algo más profundo, como si la danza fuera un lenguaje que no solo se ve, sino que se siente en el aire, en el cuerpo, en el alma. Esa entrega no fue (o no solo) un despliegue técnico y virtuoso, sino más bien una forma de reivindicación silenciosa, una manera de decir "aquí estamos", de existir en un espacio que, por momentos, parece querer borrar el valor de lo que realmente importa: la conexión genuina con lo humano.
La Orquesta de Tango del Conservatorio, con su sonoridad cálida y envolvente, fue otra pieza fundamental de esta experiencia. No solo acompañaba a los bailarines, sino que parecía fusionarse con ellos. Cada nota que tocaban no solo resonaba en el aire, sino que se entrelazaba con el movimiento, con la emoción INENARRABLE del momento. Algo en la manera en que el tango se desplegaba allí, tan profundamente vivo y cargado de historia, me hizo pensar en cómo el arte sigue siendo, por sobre todas las cosas, el gesto más esencial y revelador de subversión cultural, aquel que desestabiliza los significados establecidos y reconfigura las estructuras de poder. Porque el tango no es solo música; es memoria, es identidad, es un lenguaje que ha sobrevivido a través del tiempo, reinventándose, pero manteniendo intacta su RAÍZ.
Lo que vi esa noche no fue solo una demostración de destreza técnica. Fue un recordatorio de la humanidad que siempre ha habitado en los rincones más humildes de la educación pública. El Conservatorio Juan Pedro Esnaola es mucho más que un lugar de formación en música; es un abrazo en su forma más pura, un espacio que se vive como un acto de resistencia frente a la homogeneización y a la lógica del mercado. Lejos de los intereses comerciales, la creación sigue siendo lo que siempre debió ser: una herramienta de transformación, reflexión y emancipación.
Mientras me sentaba en una mesa del buffet, ese rincón tan familiar para los estudiantes, me di cuenta de que ese espacio también era un reflejo de lo que sucede en el conservatorio. En ese pequeño refugio, con su café y sus alfajores Guaymallén, se vivía algo mucho más grande: la comunidad, el vínculo entre los que están allí, la resistencia a la fragmentación del mundo exterior. Ese buffet me recordó algo personal: el de mi propio colegio, el Nicolás Avellaneda, un lugar de resguardo donde el ajetreo de las horas de clase se disipaba por un rato, donde se compartían historias, risas y también los sueños de un futuro mejor.
Hoy, más que nunca, sigo reafirmando el valor de la educación pública, no como una mera conquista de derechos, sino como un motor de renovación y evolución. En lugares como el Conservatorio Juan Pedro Esnaola, la música se enseña y se vive lejos de la presión de los intereses comerciales, sin la necesidad de producir algo que simplemente se pueda vender. ¿Cómo? Recuperando su esencia más pura: el disfrute y la creatividad. Y estos, lejos de ser conceptos abstractos, se convierten en la fuerza vital que nutre la posibilidad de que nuevas voces —músicos, artistas— emerjan y que el talento florezca sin las limitaciones de un mercado voraz.
Lo que (me) quedó de esa noche no fue solo la memoria de una jornada de tango. Fue la certeza de que estos territorios siguen existiendo y, lo más importante, siguen manteniéndose firmes. En un mundo donde parece que la cultura pierde su poder revolucionario, estos lugares siguen siendo faros de resistencia y posibilidad. Porque cuando el arte se enseña y se vive en espacios como este, no solo se preservan tradiciones, se construyen futuros. Se abren portales a nuevas formas de ver, sentir y habitar el mundo. Y en ese crisol de educación pública y creatividad, reside la posibilidad de un cambio no solo profundo, no solo urgente y posible, sino TANGIBLE Y VERDADERO.

Comentarios